Por P. Roberto Visier, en el blog
religionenlibertad.com
Seguramente nos hemos dado cuenta de que la
intención del Papa al convocar el año de la fe, es impulsar la nueva
evangelización del occidente cristiano. Más que hacer una reflexión sobre lo
que significa creer, lo cual es también muy necesario y se hará, el Pontífice
parece gritar de mil modos distintos: volvamos a la fe, recuperemos nuestra
confianza en Dios, vivamos con intensidad nuestro cristianismo, y sobre todo
llamemos a la puerta del corazón de todos los que tenemos a nuestro lado e
invitémosles a volver su mirada hacia Dios, hacia Jesucristo que nos muestra el
verdadero rostro de Dios. Vivir el año de la fe es vivir con fe. Se trata de
sacudir la indiferencia de los que se confiesan indiferentes y sobre todo de los
que viven con esta actitud sin ni siquiera ser conscientes de ello;
especialmente de los creyentes dormidos, perezosos, inactivos.
El
año de la fe debería derrumbar dos muros. Primero el de la ignorancia religiosa
que el Papa ha llamado analfabetismo religioso y que revela dos grandes
fracasos de la Iglesia de occidente en los últimos decenios: la catequesis y la
enseñanza de la religión en la escuela. Las jóvenes generaciones adolecen de un
desconocimiento de Dios y de la fe católica terrible. Millones de bautizados
desconocen casi totalmente su fe. Están llenos, en cambio, de prejuicios de
todo tipo contra el clero, la enseñanza de la Iglesia, lo que les conduce a
vivir como si no tuvieran fe, incluso confesándose abiertamente creyentes.
Algunos
han hablado de la pérdida de la fe teologal a favor de una fe solamente
religiosa. Esto quiere decir que muchísimos católicos no son ciertamente ateos,
en su pensamiento Dios existe y aceptan a Jesucristo y la Biblia como un libro
sagrado, pero poco más. Se sienten pertenecientes a una cultura que es
cristiana desde hace siglos, no tienen inconveniente en bautizar a sus hijos y
en rezar de vez en cuando un padrenuestro y un avemaría, pero no les pidas más.
En este sentido son gente “religiosa”. A pesar de esta delgada capa de barniz
cristiano, Dios está muy lejos, Jesús es un personaje del pasado, la enseñanza
de la Iglesia está desfasada y no tienen tiempo ni para ir a Misa ni para
entrar en una vida espiritual seria. Por supuesto, sus criterios y su estilo de
vida no tienen nada que ver con el evangelio de Jesucristo.
La
fe teologal es un don de Dios que transforma la propia vida y la hace a imagen
de Cristo. Es aquello que llamamos “vivir en gracia de Dios”, es decir,
alejados del pecado mortal, en amistad con Dios. El que ha recibido la fe
teologal como semilla en el bautismo y la ha hecho crecer, percibe a Dios como
cercano, toca el Corazón de Cristo, hecho hombre para convivir con nosotros,
reza con fervor y lucha contra el pecado. Se siente miembro de la Iglesia y la
ama como a una madre. No se avergüenza ni de confesarse católico ni de vivir
como tal, aunque tenga que nadar contra corriente y ser perseguido como el
Maestro.
Éste
sería el segundo muro que es necesario derribar. La cobardía de los creyentes,
incluso de muchos que tratan de vivir una fe teologal, pero que se sienten
acoquinados ante un mundo cada vez más hostil, donde es cada vez más difícil
hablar de Dios sin ser atravesado con miradas airadas o burlescas, o
amedrentado con palabras hirientes que descalifican sin ofrecer argumentos o
aluden a los mil prejuicios contra Dios, la religión o la Iglesia cacareados
por los medios y aceptados como dogmas incontrovertibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario